Dos mujeres casi invisibles
La vida sin compañía formal y “para siempre” es una decisión o visión de vida personal y no por ello motivo de olvido, pérdida de significado o peor aun, de anonimato. Toda familia tiene entre sus integrantes a alguien que no vive las normas comunes del resto, otros tantos cruzan los límites y regresan arrepentidos con promesas de cambio, en las familias pasa de todo y muchos secretos se tendrían que enfrentar con respeto e inclusión.
Una tarde recibí una llamada, avisando que un pariente que estaba rompiendo sus fotografías impresas, debido a que su visión actual es mala y las imágenes guardaban historias que a nadie le interesarían una vez que falleciera. Llegué a su casa y sin mayor trámite sacó 50 sobres con fotos de diversa índole y si, muchas historias conclusas, desconocidas o en espera de nuevas formas de ser interpretadas. Mi atención se centro en los retratos viejos cuya magia radica en los rostros en blanco y negro y en esa otra historia no contada de manera oficial, que compartían varias personas en imágenes jamás vistas.
Lo que a continuación relato es una interpretación personal y ajeno a realidades o intensiones morbosas. Es un texto a partir de las imágenes vistas y las breves e inconstantes historias provenientes de varias voces que tampoco estuvieron ahí para afirmar o negar. Pero además es un texto que entre líneas busca señalar el silencio o de la pérdida de voz aquellos integrantes de una familia, que al declararse diferentes, son omitidos de los recuerdos de sus propios parientes.
Una casa habitada por dos mujeres que envejecieron solas, sin pareja formal y por consiguiente, ajenas a las expectativas paternas. Hijas de diferentes padres. Su madre fue una mujer que vivió una época complicada, en donde el valor de la mujer dependía de su compañero varón. Tuvo 3 maridos, con el primero procreó una hija que le arrebataron aun siendo bebé y que fue criada por la abuela paterna quién justificaba los maltratos de su hijo. Del segundo marido tuvo 4 hijos, los 3 primeros vivieron en peregrinaje, abandonos parciales y aprendieron a trabajar a temprana edad, buscando una salida distinta a las malas decisiones de su madre. A su cuarta hija no la conoció, pues murió antes la niña naciera y ella creció viendo la figura paterna en el padre biológico de su última hermana, el tercer esposo, formando así a la familia acostumbraba.
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Un día que estaba sola con su hermana decidió contarlo y para su sorpresa, la hermana se quedo tranquila y decidió presentarle a otras amigas similares e incluirla en una comunidad conocida, pero con actividades alternas. Así llegó a un coro religioso, que le permitía salir todas las tardes con amigas, sin que se levantara mayor sospecha de algo diferente.
Una se hizo íntima de una mujer con nombre de dictador mexicano y la otra, que era más bohemia, decidió enamorarse de la joya de un bivalvo de cuerpo blando. Así emprendieron viajes, compartieron gustos por los perros y aliviaron su soledad en tarde de chicas, cumpliendo con las reglas de casa de no meter hombres. La madre murió, las amigas lo soportaron con ellas. Murió el padre y las amigas continuaron cerca. Se quedaron solas y las reglas las imponían ellas, pero tal vez ya era demasiado tarde para quemar naves y revelarse, pues aunque lejanos, aun quedaban los hermanos que habían sido educados con las mismas bases. Sin más, decidieron continuar con esa vida de hermanas que opinaban de los sobrinos y de dos señoras que vivían sin descendencia propia. Quizá en algún momento la idea de tener hijos les pasó por enfrente, pero sabían que su estilo de vida complicaría las cosas y no querían hacer pasar malos ratos a un tercero.
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Es una costumbre normalizada que ande los familiares distintos
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