Nos
enamoramos tontamente de personas, de momentos, de lugares que en general no
vuelven a ser parte de nosotros. Pero nadie puede negarse de amar eso lugares
significativos que nos permiten atesorar
vivencias, amigos, aprendizaje, dolor y en general vida.
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Yo
recuerdo la casa de la bisabuela sobre avenida Genaro García, una casa blanca
con jardín enfrente que a los niños de la época nos permitía jugar con lodo y
ver las enormes jaulas de canarios que tenía mi bisa. Recordar el cuarto en el
patio trasero en donde no podíamos entrar por ser niños. Recuerdo la casa de mi
abuela Celia en domingo, la cual era punto de reunión de varios de mis tíos y
primos a la hora de comer y el acomodarnos era un reto. Recuerdo las navidades
en casa de mi abuela Ignacia en donde los gritos, las botellas, la comida y los
regalos iluminaban el lugar pese a ser menos de diez personas las que
generalmente celebrábamos. Tengo en la mente las islas de CU, de aquellas
mañanas en las que mi madre iba a tomar clases y ella con toda confianza me
dejaba salir a correr y conocer ciudad universitaria. Me entretiene recordar el
andador cercano a la casa, lugar de travesuras diversas que nos involucraban a
Lenda, César, Rómulo, Edgar y a mi. Y no podría olvidar las instalaciones de
prepa 9, las islas que brindaban privacidad, la alberca helada y sobre todo las
bancas fijas afuera de los salones que nos permitían jugar a apretarnos hasta
salir volando. Tampoco puedo dejar afuera al hermoso espacio escultórico de CU,
lugar mágico y lleno de historias compartidas con amigos, amores y conmigo en
ratos que se llaman soledad.
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Pero
de los lugares que atesoro por múltiples razones es la secundaria número 64,
maestro José Calvo Saucedo. Ese lugar era realmente fantástico para mi, los
salones con esos muros de vidrio-block, las bancas de metal y madera, la base
de madera al frente de la clase para que el maestro estuviera más arriba que
los alumnos. Los pasillos, las escaleras que recorríamos corriendo en la
mayoría de las veces o sobre el portafolio de plástico que servían de base para
la resbaladilla improvisada.
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El
enorme patio que en el centro tenía el estrado para las ceremonias y en la
parte de atrás las canchas de básquetbol. Viéndolo de frente a la derecha los
talleres y a la izquierda el gimnasio y los baños, además del pasillo que
servía para jugar front-techo. El lugar era muy sencillo, pero en todos sus
rincones sucedía algo importante en aquella época, el amontonarnos en la
cooperativa en el receso, las visitas a la enfermería, los talleres cuando
abrían sus puertas para exposiciones, los laboratorios de biología, física y
química, la jaula de entrada que en día de kermés servía de cárcel para
aquellos que no querían casarse. Aun recuerdo el salón de música con un piano
de pared y aquel pizarrón con el pentagrama ya marcado y que no se borraba.
Tengo aun clara la imagen de las mesas de trabajo en taller de artes plásticas
y de artes gráficas, éste último con las prensas, el área de impresión y las
áreas de revelado de imágenes.
Puedo
aun cerrar los ojos y recordar la entrada a la escuela, ver el patio lleno de
compañeros, formarme en la fila de mi grupo (niños por un lado, niñas por
otro), escuchar por el altavoz las órdenes de la directora pidiendo orden,
nosotros obedeciendo y por grupo subir a salón, llegar y encontrar tu banca,
acomodarla en su lugar (mi lugar, el 2 sitio en la segunda fila de derecha a izquierda) y esperar unos minutos a
que apareciera el primer profesor: Belmont, Dávila, Jorge Blancas, López
Méndez, la de biología, ver pasar a los prefectos (Huicho o la vampira). Llegar
la profesora de inglés y todos de pie respondemos al saludo que empieza con:
good morning boys and girls (-good morning miss “no recuerdo su apellido”) y
continua: Sit down please (-thank you miss). Y continuar las clases hasta el
receso y empezar a correr o ser de la guardia y detener a todo aquel infractor
que tira basura o ser la semana en la que nos toca vender boings e ir pateando
el contenedor color amarillo en espera de que alguien compre los sabores que
vienen ahí. Y acaba de llegar a mi mente cuando recibíamos las utilidades de la
cooperativa en pequeñas bolsas ¡toda una fortuna para entonces!
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Se
acaba el recreo y continuamos clase en salón o en taller o toca educación
física y hay que correr otro rato o entrenarnos para lanzamiento de bala y
jabalina (ambos objetos hechos de manera casera). Suena la alarma y ya podemos
salir. Nuestro grupo se adueñó por tres años de un árbol justo enfrente de la
escuela, en donde el señor de la peletería nos conoce a todos y hasta cuida
nuestras mochilas. Esperar a que vayan llegando por nosotros o a que salgan los
amigos de camino y emprender la caminata de regreso a casa.
La
escuela, los maestros, los amigos y sus sonrisas, las carcajadas que aun
disfruto con muchos de ellos, pues sin planearlo, seguimos siendo los amigos de
secu. Todo eso me emociona, me llena, me encantaría un día poder volver a usar
ese pantalón gris y el suéter verde con el escudo de la escuela. ¿Tu de que
lugar estas enamorado?
Hola buenos días primo, bellos recuerdos compartes tanto paternos como maternos, por otro lado como bien sabes también fui a la secundaria 64 y al leer lo que escribes recordé las instalaciones, momentos como bien dices alegres, tristes de todo un poco, con relación a los profesores me acuerdo de Belmont, Dávila, López Méndez, Huicho, Vitela, Obdulia, Paquita, Suárez (historia) en fin varias experiencias, saludos.
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