El cuarto de baño

No sé ustedes, pero a la mayoría de nosotros nos agrada estar y hacer en nuestro propio cuarto de baño, es un espacio de la casa de completa privacidad y ensimismamiento. Pero lejos de cualquier vicio adquirido en ese espacio, el entrar a baños ajenos siempre brinda información interesante de la persona que normalmente lo ocupa.

Pero regresemos un poco y retomemos el asunto de los vicios. De niño mis padres me dejaban sentadito a la espera de que el cuerpo descomiera y en la espera me daban un libro (un cuento breve) el cual podía hojear hasta que todo terminara y pidiera apoyo nuevamente de mis padres para concluir la higiénica misión. Con el paso del tiempo la costumbre de meterme a “hacer” y leer se volvió practica común, que en ocasiones era interrumpida por la urgencia de otro integrante de la familia que tenía que leer. Recuerdo que en casa de abuela y algunos tíos, dejaban el tv-guía sobre la caja del escusado, para que el visitante se sintiera a gusto echando una lectura casual. Con la llegada de los celulares la cosa cambio y en vez de leer, el rollo es mantener la comunicación escrita o pasar niveles de algún juego, a sabiendas de que esa práctica es un foco rojo de higiene.

Ahora bien, si hablamos de los baños de escuela la cosa cambia radicalmente. Confieso que en primaria y secundaria jamás pude “hacer del dos” debido a que los sanitarios carecían de ese ambiente confiable como para dejar que el cuerpo hiciera su necesidad. Pero sus paredes eran una delicia gráfica que iba entre dibujos obscenos, frases que describían el odio hacia alguna persona o el amor hacia otra, pero sobre todo las pláticas que se iban generando conforme los usuarios llegaban y cómo olvidar la clásica “puto el que lo lea”. En la preparatoria el olor era desagradable en la mayoría de las veces, así que normalmente el asunto era orinar y no salpicarse, ya que los mingitorios eran canaletas de acero inoxidable que de recibir el chorro de orina en ángulo incorrecto, podrías terminar salpicado. Ya en facultad los sanitarios eran un deleite, en ocasiones hasta molestaba el olor a cloro o aromatizante utilizado, pero en verdad se agradecía, ya que la facultad se convirtió en segundo hogar y era imposible no necesitar un espacio limpio de paredes e higiénico de sentadera.

De pronto la vagancia te lleva a tener que usar sanitarios diversos y encontrar algunos espacios agradables, otros deplorables y algunos que generaban que el colon retuviera otro más o de plano tener que rogarle a todos los dioses o santos que el proceso de descomer durara poco para salir corriendo. Ahora los sanitarios tienen sistemas automatizados o ahorradores de agua que los mantienen de mejor aspecto y hasta hay forma de entretenerse al usar los mingitorios, como la ocasión en que te topas con la calcomanía de la abejita que cambia de color según la temperatura de tu micción.

La lectura o la escritura y el baño creo será una simbiosis realmente prometedora, confieso que algunos de los poemas que he escrito, iniciaron con una idea que surgió en ese espacio cubierto de azulejos. También puedo confesar que nunca he colaborado con dibujos o escritos en las paredes, aunque de chamaco alguna vez anoté en varios cuadritos de papel mi nombre corto, por ocioso. Me he quedado con ganas de pintar alguna cosa, pero mi educación lo impide. En una siguiente ocasión hablaré de los objetos extraños con los que me he topado al visitar baños ajenos, que van desde calzones, hasta cortinas ridículas, pasando por baños con tina o aquellos en obra negra donde su uso depende de acción manual y una cubeta, pero eso en otra ocasión.

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