Lecturas en el cuarto de baño.
Dentro de los placeres humanos
está el entregarnos a la excitación y satisfacción de papilas gustativas que
operan alterando cerebro e incitando a que salivemos a partir de olores,
visiones y por el contacto directo con texturas, consistencias y sabores. Sin
vergüenza aseguro y afirmo que todos sentimos placer al meternos cosas a la
boca para probar o degustar y por consiguiente existe gran satisfacción cuando
después de tiempos digestivos descomemos. Es otro hecho, cagar nos hace sentir
bien.
Hay asociación psicológica de la
conducta al defecar y los planos afectivos que vamos desarrollando al hacerlo y
con quién lo compartimos, al grado de que muchos individuos consideran que una
apertura de entendimiento y amor al otro, es decir el acceso a la privacidad personal
y la confianza absoluta, es cuando te muestras vulnerable y en posición de
hacer popó.
Los encargados de educarnos a
condicionar esfínteres son los padres y para ellos es grato librarse lo antes
posible de esa apestosa tarea y durante el proceso las técnicas son variadas y
en ocasiones ridículas. Algunos miden tiempos de procesamiento intestinal y
calculan el momento de evacuación, para acercarnos al baño o a las famosas
bacinicas y durante la espera se permitía hojear revista de caricaturas o libros
de cuentos. Conozco gente que cantaban y celebraban cuando la popó salía y era
depositada en el recipiente plástico y no en el pañal. Otros optan por un
programa de recompensas a cambio de hacerlo en el lugar destinado para ello.
Cada quien sabe cómo fue educado,
pero una gran mayoría aplica dos fórmulas efectivas: fumar un cigarro como
estimulante del musculo anal y el uso de libro, revista o celular para defecar
y entretenerse en el proceso. Y tal vez por ésta razón, muchos de los baños
públicos sufren vandalismo al no contar con alguna de estas opciones.
Pero aquí surge un “arte del
proceso cacal”, a cargo de seres creativos que se inspiran en el momento de
estar “haciendo del cuerpo” y toman un plumón, lapicero (y a veces producto
interno personal) y usan de lienzo las cuatro paredes que rodean su asiento de
porcelana, dejando que la mente guíe sus trazos durante el proceso. A veces son
dibujos básicos de bolitas y palitos, en otras ocasiones podemos admirar
detalles que nos hablan del tiempo de realización, habilidad del dibujante y
conocimiento de área representada, pero sobre todo aparecen notas que conforme
los hacedores de caca van entrando, logran crear historias con finales
numéricos, p.e. inicia con un “puto el que lo lea” y termina en “si quieres
placer, manda mensaje al…”).
Existen otros que el placer de
evacuar va ligado con la lectura y entran al sanitario con la finalidad de
terminar un capítulo del libro en turno. Al parecer es un espacio idóneo y
privado para leer a Bukowski, Monsivais, Rius, lecturas no aptas para todas las
miradas o de plano chismes de la farándula, comics y el libro de política o de
moda entre los chavos.
El caso es que al estar sentados
con la cola pelona y los codos sobre las rodillas, de manera general se
requiere tener las manos ocupadas con algo. Los adolescentes saben cómo ocupar
esos tiempos o momentos de enclaustramiento, pero en circunstancias comunes,
una lectura era la mejor opción hasta la llegada del celular y su pantalla a
color. Ahora la gente que entra al excusado, lee mensajes escritos con cierta
restricción de caracteres, se dedica a contestar imágenes de Facebook,
interactúa a través de WhatsApp y mira videos diversos o capítulos de sus
series favoritas, convirtiendo el proceso de descomer en una pequeña cabina de
esparcimiento con olor y ruidos que pueden volver la experiencia en 4D


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