El tiempo vuelve y golpea con recuerdos

Existen días en los que el tiempo vuelve y golpea con recuerdos, permitiendo notar contrastes y que has hecho cosas tan diferentes a lo que harías ahora, que parece increíble venir todo de una misma persona. Bueno al menos eso esperaría que nos sucediera a todos y que a lo largo de nuestra vida existan esos puntos distantes que al final conformarán tu personalidad.
En casa imperó el orden, mi madre mantenía reglas claras al respecto y me formaron para que tomara en cuenta el entorno, su estado estático y los posibles cambios generados por mi interacción con el mismo. No fui limitado, me dejaban alterarlo todo, invadir espacios comunes y lograr construir fortalezas debajo de la mesa. El acuerdo era por tres días, después había que devolver el espacio y buscar otro lugar. En mi habitación se permitía todo, siempre y cuando volviera al orden.
Soy de las últimas generaciones en salir a la calle a jugar y convivir con los vecinos. Era parte de la tarde entre semana, tomar la bicicleta y salir “en bola” a dar vueltas o simplemente estar platicando o tramando travesuras al inicio del andador. De las mejores maldades era, en la tarde –al disminuirse la luz- amarrar hilos de un poste a una reja y que éste estorbara en el trayecto de aquellos que pasaban y sentían resistencia en su rostro. Moríamos de risa. Por otro lado, había siempre una señora joven, que al volver de la panadería nos regalaba un bolillo. Que extraño suena eso de aceptar algo de un extraño o de compartir muchas tardes con los vecinos.
Las noches de antro eran en un inicio, la oportunidad para conocer a esos extrovertidos seres que le proporcionaban a la noche algo diferente. Una camada de creativos caseros que gozaban ser centro de atención con sus performances trasnochados. Así, sin pretensiones nos volvimos amigos y llegué a apoyarlos en sus proyectos. “Quiero tomarle fotos a tu pene, pero además necesito pintarlo de blanco y llevar un registro fotográfico…”. Y así fue y al llegar a la exposición, la sorpresa fue que toda su obra fue parcialmente censurada, aun así los curiosos podíamos levantar una hoja en blanco y ver los diversos penes de todos aquellos que dijimos: va, cuenta con mi pene.

Había partido. No era sorpresa, pero su cuerpo era ahora un estuche de algo que por meses había empezado a salirse por cada poro de piel. Para fortuna mía, habíamos podido despedirnos y vernos aun con ese brillo que indica que el ambos estábamos ahí, disfrutando el momento. Había tomado tu mano y sentido esa tibieza de tu piel lastimada en otros puntos, pero aun cálida en la yema de los dedos y palma de la mano. Si, la temperatura era otra, pero aun podía sentirse tu pulso y esa reacción al sentirme. Nos miramos aquella última vez, creyendo ambos que nos volveríamos a ver. Ya no fue así. La siguiente ves ya no estabas, tu cuerpo sí. Mire tu cuerpo deshidratado, con la piel del rostro estirada hacia atrás, por la gravedad acumulada. Miré otro rostro, no era el tuyo con esas expresiones varias que te distinguían, ahora era el rostro genealógico que une a varios. Estaba tu cuerpo pálido, inmóvil, de ojos cerrados y manos al frente, una encima de la otra. No estabas tú, yo seguía aquí, sin saber para qué estaba mirando tu cuerpo vacío. Mire, me quede observando detalles. No eras tú, pero seguía siendo yo y eso tal vez era lo que dolía. Se rezó el primer rosario y al terminar, tome el celular y comencé a leer lo que había escrito horas antes de tu velorio. Comencé a leer lo que había escrito horas después de tu partida. Yo seguía aquí… tu solamente me dolías en un lugar que sigo sin identificar.


Desde 1998 tengo escritos tipo poemas, mismos que he compartido aleatoriamente y que han recibido diferentes opiniones. En la caminata de la facultad a metro Universidad, paso por un instituto que tiene una revista en la cual hay la oportunidad de mandar escritos y si son considerados leíbles, los publican. Quiero ver algo mío publicado en dicho periódico local y comienzo a buscar entre mis escritos, aquellos que considero buenos. Mando de uno a uno cada semana, sin recibir respuesta, reflejo de ésta vida en donde un correo electrónico enviado no requiere cortesías de respuestas o “enterado”. Me imagino que la dirección electrónica se satura de escritos varios y alguien de manera inconstante los va leyendo. Envío unos 50 y nada. Un día al terminar mis clases, comienzo la caminata entre edificios de CU y paso a aquel lugar en donde normalmente encuentro la publicación. Abro y me encuentro mi nombre y escrito impreso "Adicción a tu beso". Me detengo, regreso por más ejemplares y retomo la andanza rumbo al metro. No puedo compartir la noticia y el gusto como actualmente sucede (en redes sociales, por mensaje directo y de más plataformas), tengo que esperar a encontrarme de frente con alguien y mostrarle el periódico universitario de distribución local.

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