19 de septiembre de 1985 y contando

Miento si digo que me acuerdo de algo, en ese entonces tenía seis años y actualmente tengo problemas con la memoria y más si el evento no me es personalmente significativo. Solamente podría recordar charlas que escuche y sucesos que se generaron después, como el hecho de que cerrara mi escuela y tuviéramos que tomar clase en aulas improvisadas, de lámina y en una zona de la unidad habitacional donde vivo, que le llamamos la lumbrera. Fuera de eso, no fui testigo de derrumbes, caos y mucho menos recuerdo que algún familiar hubiera formado parte de aquella lamentable mañana capitalina.

Me he informado más al respecto con el paso del tiempo, me gusta ver esos programas del suceso, por morbo social y por el cambio en la fachada de la ciudad. He formado parte de diversas brigadas en los diferentes lugares donde me ha tocado ser estudiante, profesor o administrativo y siempre repito la frase de: ojalá nunca me toque vivir una experiencia de esa magnitud y en donde mi participación será necesariamente activa.


Me gusta mucho la historia de la sociedad unida y alzando la voz ante la torpeza gubernamental distrital y federal. Me sorprende que hayan pasado ya 30 años y que la población actual de la ciudad sea en su mayoría inexpertos en la vivencia de estos sucesos, ya que un temblor de esa magnitud no lo ha vivido más de la mitad de los capitalinos vigentes. Me gusta creer que el gobierno en verdad ha respetado las reglas de construcción y que una siguiente vez estaremos preparados.

Me duele saber que la ciudad es rehén de cabrones abusivos que buscan beneficios particulares y no aquellos para los que fueron contratados. Me preocupa pensar que no somos serios en actividades como simulacros y la información (oportuna o no) que los “expertos” nos van brindando. Me inquieta sabernos vulnerables. Me enoja darme cuenta que seguimos siendo una sociedad domada y adiestrada para sentarse, dar la pata y aplaudir a los imbéciles que se han ido creciendo en puestos públicos, no por madurez política, si no por su habilidad de no ser descubiertos en sus tratos privados. Ahora me entero de la inversión hecha para instalar alarmas sísmicas que esperemos pasen la prueba de fuego cuando pase algo en serio y suenen, avisen y cumplan con el propósito de no cogernos desprevenidos.

Platicando con mis padres de los riesgos de nuestra bonita y clase mediera unidad habitacional donde habitamos desde hace 36 años, los riesgos son otros: inundaciones y nuestra cercanía con San Juanico (otra tragedia chilanga de 1984 de la cual tengo breves recuerdos), además de asaltos y vecinos abusivos de los espacios comunes.


Y para cerrar, del temblor solo recuerdo que mi padre me amarraba los zapatos para ir a la escuela, me cargó con un solo brazo y se fue a parar en el marco de la puerta, en esa mañana del 19 y más tarde en una réplica fuerte solo recuerdo estar en casa de mi abuela, irse la luz y la loquera de los grandes ante la sorpresa. Jamás sentí que se moviera en su centro la tierra. Por eso mejor ni invento historia al respecto.

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