El amor... febrero 2020

El amor como pretexto para ser mejor persona y entender al resto. Para ser empático con los otros, los que decido cercanos y los que no son tanto. Amor que inspira a escribir poemas, hacer pinturas, componer canciones que demuestren las ganas de seguir así de intoxicado con sustancias químicas que recorren el cuerpo. Amor para decidir iniciar una historia juntos y tomarnos de la mano. Amor que se vuelve base para pedir que viva contigo y no se vaya nunca. Amor que nos mantenga leales pese a todos los inconvenientes juntos. Amor que me haga vestir de luto y tenerte cómo referente o pretexto para cumplir pendientes y luego partir feliz, por haberte tenido amor.

Amor qué se intoxica y permite los gritos, insultos, bromas pesada, comentarios hirientes, chistes a expensas del otro. Amor que se entiende entre jalones, inseguridades, violencia, inseguridades, posesión, inseguridades, dominio… inseguridades. Amor que sabe a sangre entre los dientes, a cicatrices en los brazos, a ropa destrozada, a dientes marcados, moretones en la piel, a falta de aire en los pulmones, cuerpo desollado.

El amor como pretexto para ser con otro lo que nadie ha sido contigo, y si la otra persona accede, ser lo que nadie debería ser o hacer con alguien. No importa el sexo, la edad o la fuerza, el amor llega y se instala en nuestro cerebro como una obsesión. Llega y somos tan imbéciles que decimos que amamos con el corazón, como si dicho músculo pudiera amar a alguien, si solo sabe de latidos y de mover la sangre que llega contaminada de adrenalina y provoca daños físicos.

Amor, demasiado amor. Amor, creo que estas partiendo. Amor, siento que no me correspondes y me engañas. Amor te seguiré aunque tu no quieras o sepas. Amor voy a tocarte con los dedos o el puño cerrado, para que entiendas que te amo. Amor tu voz ha cambiado y ya no me mencionas como parte de ti. Amor ¿con quién más hablas que no soy yo?. Amor no ve voy de ti, tu te quedas aquí, aunque no quieras estar. Amor ¿con quien platicas por mensajes? Amor te acompaño y espero hasta que salgas, para que no te pase nada y nadie te aleje de mi lado. Amor te quiero tanto, que muero si te vas. Amor te vas y te mato. Sin ti, no soy nada y si la nada nos alcanza, que más podemos perder. Amor, de ti, no entiendo nada. 

La violencia como respuesta al tanto amor sentido, es un acto que ha comenzado a calar socialmente, que dejó de ser una historia aislada e increíble, para volverse la portada de periódicos y primer nota de televisión. Se convirtió en tema de charla común, preocupación general y piedra en el zapato del gobierno mexicano actual, que ha demostrado nula empatía e incredibilidad de aquellas voces auténticas que reclaman su derecho universal a vivir son miedo y con respeto. Todos somos responsables de la violencia que se acumula y se exhibe de muchas maneras, nuestra intolerancia ha llegado al límite. Nuestra soberbia nos acompaña en saludos, publicaciones, chistes misóginos, frases machistas, declaraciones homófobas y racismo mamado desde la primera invasión extranjera y narrada por algún sobreviviente. Nuestro resentimiento alimenta la violencia y agresión que vomitamos a diario en aspectos de lo más triviales. Los valores cambian, el ser humano involuciona.

En casa, las familias han dejado de lado el diálogo de cualquier tema, por temor al qué dirán o por la soberbia del “yo soy así y así seguiré y nunca cambiaré”. El odio, la diferencia, el adoptar discursos separatistas y elaborados durante 18 años, nos hace pensar que tenemos derecho a ofender, señalar y burlarnos de los otros. A creer que mi comodidad o mala racha es responsabilidad ajena y no un asunto donde mis decisiones importan y afectan. Apuntamos con el dedo cínicamente y nos lanzamos a discusiones que solo quedan en nuestro estómago y para lo importante, preferimos ver desde casa,  ansiando el error del otro y poder ridiculizarlo. 

El primer paso contra la violencia será pensar antes de hablar, argumentar, discernir o compartir. Valorar si al exponer mi opinión, mejoraré algo o simplemente seguiré siendo de los perros que ladran al paso de los otros. Pero sobre todo sumarse al reclamo legítimo de quién ha sido violentado, hacerlo con respeto, prudencia y sobre todo, con la empatía y humildad que nos permita entender un NO, sin sentirnos agredidos.

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