Odio viajar


Pareciera lo contrario, pero odio viajar. No me mal interpreten, me agrada llegar a lugares nuevos y recorrer sus calles o su bosques o playas, pero el proceso de viajar es lo que en verdad detesto. Hacer maletas, pensar en la ropa que hay que llevar, no olvidemos todos los artículos anexos que sirven para la higiene o cuidado personal. He olvidado tantas veces cepillo de dientes, que tengo 5 en espera a que se desgaste el que tengo en turno, para poder ser sustituido.



Odio esperar en cualquier terminal o hasta en casa de alguien hasta que decide salir para emprender el viaje, odio buscar o revisar horarios de autobús y tener que “quemar tiempo”. Odio los putos asientos incómodos, por que en verdad descanso boca abajo y en los asientos no más no se puede. Odio que toque compañeros de viaje que ocupan más espacio o que cargan con sus críos latosos, chillones o vomitones. Odio que en los camiones pasen las mismas películas pedorras y cuando por fin hay algo bueno, siempre la quitan por haber llegado al destino. Solamente una vez disfrutaba el descanso en esos sillones casi cama y todo valió madres cuando el viaje programado para 8hrs se volvió de 15, por un accidente ocurrido en cambión de carga.
 
Seleccionar hoteles acorde a la cartera es otro verdadero desmadre, he dormido en intentos de cama que parecen más sitios de tortura. Cuando era estudiante además había que compartir cuarto con uno o más compañeros y sus malditas costumbres invasoras o de ronquidos descontrolados. He estado en hoteles de mala categoría, pero que se ajustan al presupuesto, he visitado los simpáticos y breves hoteles de Tlalpan (ok esa es otra historia) y he estado en algunos donde la cama es una nube, pero por andar de fiesta ni duermo y desperdicio ese placer.

Odio los viajes largos, estar haciendo escalas y subir y bajar de autobuses, detesto esas terminales improvisadas o aquellas que están a pie de carretera. Me estresa pensar que un día perderán mi maleta y tenga que armar un mega desmadre para terminar escuchando la frase de “usted perdone”.

Odio tener que preparar el regreso y correr a la terminal a buscar algún boleto disponible y cómodo. Ustedes dirán: ¿y por qué no compras desde el inicio? Pero por la misma dinámica de recorrido turístico no sé exactamente cual será mi punto final de viaje. Y miren que me ha tocado mala suerte, la última vez que viaje a Acapulco, de 5 horas programadas me aventé 11, que además de la molestia por el retraso (y no mental del chofer o mía por elegir esa hora) llegue lleno de gas que tuve que liberar con todo cinismo mientras esperaba me dieran mi maleta.

Y créanme que ya estando en el lugar soy muy relajado, me gusta caminar, conocer y vivir las experiencias diversas que ofrezca el lugar. Me gusta ir acompañado de amigos inteligentes, relajados y extremadamente mágicos que permitan de pronto el momento en solitario. Cuando viajo en plan de pareja es lo mejor que pueda pasar y más cuando esa complicidad permite momentos únicos y de consentimiento. Pero detesto viajar y todo eso, decidí cambiar esa situación por algo ocurrido en el 2013, en donde decidí no negarme y mentalizarme a que esas horas perdidas de viaje sirven para algo. Y antes de que pregunten que ocurrió en ese lejano 2013, mejor le paramos aquí al relato reafirmando el hecho de que odio los viajes, pero que no dejen de convocar.

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